LA JUVENTUD
UNIVERSITARIA DE CÓRDOBA A LOS HOMBRES LIBRES DE SUDAMÉRICA.
Hombres de una República libre, acabamos de romper la última cadena que, en pleno siglo XX, nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan. Creemos no equivocarnos. Las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana.
La rebeldía estalla en Córdoba y es
violenta porque aquí los tiranos se habían ensoberbecido y era necesario borrar
para siempre el recuerdo de los contrarrevolucionarios de mayo. Las
universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta
de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y - lo que peor
aún el lugar en donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar
hallaron la cátedra que las dictara. Las universidades han llegado a ser así
fiel reflejo de estas sociedades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste
espectáculo de una inmovilidad senil. Por eso es que la ciencia frente a estas
casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al servicio
burocrático. Cuando en un rapto fugaz abre sus puertas a los altos espíritus es
para arrepentirse luego y hacerles imposible la vida en su recinto. Por eso es
que dentro de semejante régimen, las fuerzas naturales llevan a medio trizar la
enseñanza y el ensanchamiento vital de los organismos universitarios no es el
fruto del desarrollo orgánico, sino el aliento de la periodicidad
revolucionaria.
Nuestro régimen universitario - aún
el más reciente divino: el derecho divino del profesorado universitario. Se
crea así mismo. En él nace y en él muere. Mantiene un alejamiento olímpico. La
Federación Universitaria de Córdoba se alza para luchar contra ese régimen y
entiende que en ello lleva la vida. Reclama un gobierno estrictamente
democrático y sostiene que el demos universitario, la soberanía, el derecho a
darse el gobierno propio radica principalmente en los estudiantes. El concepto
de autoridad que corresponde y acompaña a un director o a un maestro en un hogar
de estudiantes universitarios no puede apoyarse en la fuerza de disciplinas
extrañas a la sustancia misma de los estudios. La autoridad en un hogar de
estudiantes no se ejercita mandando, sino sugiriendo y amando: enseñando.
Si no existe una vinculación espiritual
entre el que enseña y el que aprende, toda enseñanza es hostil y por
consiguiente infecunda. Toda la educación es una larga obra de amor a los que
aprenden. Fundar la garantía de una paz fecunda en el artículo conminatorio de
un reglamento o de un estatuto es, en todo caso, amparar un régimen
cuartelario, pero no una labor de ciencia.
Mantener la actual relación de
gobernantes a gobernados es agitar el fermento de futuros trastornos. Las almas
de los jóvenes deben ser movidas por fuerzas espirituales. Los gastados
resortes de la autoridad que emana de la fuerza no se avienen con lo que
reclaman el sentimiento y el concepto moderno de las universidades. El
chasquido del látigo sólo puede rubricar el silencio de los inconscientes o de
los cobardes. La única actitud silenciosa que cabe en un instituto de ciencia
es la del que escucha una verdad o la del que experimenta para crearla o
comprobarla.
Por eso queremos arrancar de raíz en
el organismo universitario el arcaico y bárbaro concepto de autoridad que en
estas casas de estudios es un baluarte de absurda tiranía y sólo sirve para
proteger criminalmente la falsa dignidad y la falsa competencia. Ahora
advertimos que la reciente reforma, sinceramente liberal, aportada a la
Universidad de Córdoba por el doctor José Nicolás Matienzo sólo ha venido a
probar que el mal era más afligente de lo que imaginábamos y que los antiguos
privilegios disimulaban un estado de avanzada descomposición. La reforma
Matienzo no ha inaugurado una democracia universitaria, ha sancionado el
predominio de una casta de profesores. Los intereses creados en tornos de los
mediocres han encontrado en ella un inesperado apoyo. Se nos acusa ahora de
insurrectos en nombre de un orden que no discutimos, pero que nada tiene que
hacer con nosotros. Si ello es así, si en nombre del orden se nos quiere seguir
burlando y embruteciendo, proclamamos bien alto el derecho sagrado a la
insurrección. Entonces la única puerta que nos queda abierta es la esperanza,
es el destino heroico de la juventud. El sacrificio es nuestro mejor estímulo,
la redención espiritual de las juventudes americanas nuestra única recompensa,
pues sabemos que nuestras verdades son -y dolorosas- las de todo el continente
¿Qué en nuestro país una ley - se dice- la ley de Avellaneda, se opone a
nuestro anhelos?, pues a reformar la ley que nuestra salud moral lo está
exigiendo.
La juventud vive siempre en trance de
heroísmo. Es desinteresada, es pura. No ha tenido tiempo aún de contaminarse.
No se equivoca nunca en la elevación de sus propios maestros. Ante los jóvenes
no se hace mérito adulante o comprado. Hay que dejar que ellos mismo elijan sus
maestros y directores, seguros de que el acierto ha de coronar sus
determinaciones. En adelante sólo podrán ser maestros en la futura república
universitaria los verdaderos constructores de almas, los creadores de verdad,
de belleza y de bien.
La juventud universitaria de Córdoba
cree que ha llegado la hora de plantear este grave problema a la consideración
del país y de sus hombres representativos.
Los sucesos acaecidos recientemente
en la Universidad de Córdoba con motivo de la elección rectoral, aclaran
singularmente nuestra razón en la manera de apreciar el conflicto
universitario. La Federación Universitaria de Córdoba cree que debe hacer
conocer al país y a América las circunstancias de orden moral y jurídico que
invalida al acto electoral verificado el 15 de junio. Al confesar los ideales y
principios que mueven al juventud en esta hora única de su vida, quiere referir
los aspectos locales del conflicto y levantar bien alta la llama que está
quemando el viejo reducto de la opresión clerical. En la Universidad Nacional
de Córdoba y en esta ciudad no se han presenciado desórdenes, se ha contemplado
y se contempla el nacimiento de una verdadera revolución que ha de agrupar bien
pronto bajo su bandera a todos los hombres libres del continente. Referiremos
los sucesos para que se vea cuanta razón nos asistía y cuánta vergüenza nos
sacó a la cara la cobardía y la perfidia de los reaccionarios. Los actos de
violencia, de los cuales nos responsabilizamos íntegramente, se cumplían como
en el ejercicio de puras ideas. Volteamos lo que representaba un alzamiento.
Aquellos representan también la medida de nuestra indignación en presencia de
la miseria moral, de la simulación y del engaño artero que pretendía filtrarse
con las apariencias de la legalidad. El sentido moral estaba oscurecido en las
clases dirigentes por un fariseísmo tradicional y por una pavorosa indigencia
de ideales.
El espectáculo que ofrecía la
Asamblea universitaria era repugnante. Grupos de amorales deseosos de captarse
la buena voluntad del futuro rector exploraban los contornos en el primer
escrutinio, para inclinarse luego al bando que parecía asegurar el triunfo, sin
recordar la adhesión públicamente empeñada, el compromiso de honor contraído
por los intereses de la universidad. Otros -los más- en nombre del sentimiento
religioso y bajo la advocación de la Compañía de Jesús, exhortaban a la
traición y al pronunciamiento subalterno. (Curiosa religión que enseña a
menospreciar el honor y deprimir la personalidad. Religión para vencidos o para
esclavos). Se había obtenido una reforma liberal mediante el sacrificio heroico
de una juventud. Se creía haber conquistado una garantía y de la garantía se
apoderaban los únicos enemigos de la reforma. En la sombra los jesuitas habían
preparado el triunfo de una profunda inmoralidad. Consentirla habría comportado
otra traición. A la burla respondimos con la revolución. La mayoría expresaba la
suma de la represión, de la ignorancia y el vicio. Entonces vimos la única
lección que cumplía y espantamos para siempre la amenaza del dominio clerical.
Armoniosa lección que acaba de dar a
la juventud el primer ciudadano de una democracia universitaria. Recojamos la
lección compañeros de toda América, acaso tenga el sentido de un presagio
glorioso, la virtud de un llamamiento a la lucha suprema por la libertad, ella
nos muestra el verdadero carácter de la autoridad universitaria, tiránica y
obcecada, que ve en cada petición un agravio y en cada pensamiento una semilla
de rebelión.
La juventud ya no pide, exige que se
le reconozca el derecho a exteriorizar ese pensamiento propio en los cuerpos
universitarios por medio de sus representantes. Está cansada de soportar a los
tiranos. Si ha sido capaz de realizar una revolución en las conciencias, no
puede desconocérsele la capacidad de intervenir en el gobierno de su propia
casa.
Enrique F. BARROS, Horacio VALDÉS,
Ismael C. BORDABEHERE, presidentes- Gumercindo SAVAGO- Alfredo CASTELLANOS -
Luis M. MÉNDEZ - Jorge L. BAZANTE - Ceferino GARZÓN MAEDA - Julio MOLINA -
Carlos SUÁREZ PINTO - Emilio R. BIAGOSCH - Ángel J. NIGRO - Natalio J. SAIBENE
- Antonio MEDINA ALLENDE - Ernesto GARZÓN.